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Los tres atributos de Dios: Una propuesta



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1. Intentos previos

La Biblia nos dice que Dios tiene muchos atributos —amor, misericordia, paciencia, omnipotencia, etc.— y, a través de los siglos, los cristianos han tratado de agruparlos de maneras que tuvieran sentido. Aunque hay muchas formas de hacerlo, muchos teólogos han optado por una dualidad básica en los atributos de Dios que distingue entre su trascendencia y su inmanencia (por ej., comunicable e incomunicable, natural y moral, bondad y grandeza).[1] Estos intentos tienen, en general, dos cosas en común. En primer lugar, se dividen en díadas (grupos de dos) y se colocan en oposición entre sí. En segundo lugar, esto se debe a que se agrupan en función a cómo se relacionan con nosotros: un grupo de atributos es propio de Dios y el otro es compartido entre Dios y los seres humanos.


Sin embargo, como John Frame ha señalado, hay al menos dos inconvenientes en esta manera de dividir los atributos de Dios: 1) ninguno de los atributos incomunicables (i.e., trascendentes) de Dios son completamente incomunicables y ninguno de los comunicables (i.e., inmanentes) son totalmente comunicables, y 2) las Escrituras no enfatizan el contraste entre los atributos trascendentes y los atributos inmanentes.[2]


De este modo, parece que la división estándar de los atributos de Dios en dos grupos básicos da la impresión de que los atributos de Dios no tienen una lógica interna que exista independientemente de su creación. Al fin y al cabo, ¿cómo puede Dios tener atributos comunicables sin criaturas a las que comunicárselos? Irónicamente, cuando dividimos los atributos de Dios de esta forma, descubrimos más de nosotros mismos que de Dios: esto es lo que tenemos en común con Dios y esto es lo que no tenemos en común con él. En realidad, no nos dice mucho acerca de Dios mismo.


Por lo tanto, lo que me gustaría sugerir en este artículo —y la palabra “sugerir” no puede enfatizarse demasiado— es una agrupación basada en una lógica interna de quién es Dios, independientemente de su creación. Se hará evidente que esta agrupación se basa en una comprensión específicamente cristiana de quién es Dios y que esto tiene beneficios especiales que ofrecer que otras formas de agrupación no tienen. Primero, describiré brevemente esta “novedosa” manera de agrupar los atributos de Dios y luego explicaré algunos de sus beneficios potenciales.


2. Una propuesta

En esencia, me gustaría proponer que los atributos de Dios se dividan en tres grupos de acuerdo con la unidad y la tri-unidad de Dios: Dios es, se conoce a sí mismo y se ama a sí mismo. Por decirlo de una manera más trinitaria: Dios es y el Padre se conoce a sí mismo en el Hijo y se ama a sí mismo en el Espíritu. El primer grupo de atributos se basa en la esencia de Dios (ousia) y el segundo y el tercero en las relaciones intra-trinitarias (hypostases).


Si bien esta división puede sonar novedosa de entrada, tiene tanto justificación bíblica como precedente histórico.[3] En cuanto a la evidencia bíblica, Dios se describe a sí mismo como el que “es” (Ex 3:14), el Hijo es llamado Sabiduría, Palabra e Imagen de Dios (p. ej., Prov 8:22; Jn 1:1; 1 Cor 1:24, 30; Col 1:15: Heb 1:2) y el Espíritu es llamado el amor y la comunión de Dios (p. ej., Rom 5:5; 2 Cor 13:14). En cuanto al precedente histórico, una de las ilustraciones “psicológicas” de Agustín acerca de la Trinidad era la distinción interna entre ser, conocer y amar (De la Trinidad, 8–9) y esta tríada— ligeramente modificada en poder, sabiduría y bondad— se recuperó en la segunda mitad de la Edad Media y se convirtió en la visión dominante durante los siglos XII–XIII (p. ej., la escuela de Laón, Pedro Abelardo, la escuela de San Víctor).[4] Por lo tanto, aunque es difícil identificar con precisión el elemento central de cada componente de la tríada, la forma que se ha elegido aquí es la siguiente: la existencia de Dios, el autoconocimiento de Dios y el auto amor de Dios.[5]


La existencia de Dios. La primera gran categoría incluye atributos que hablan de un Dios que es. Aquí no se hace hincapié en Dios como Padre, Hijo y Espíritu, sino en atributos que coinciden con la imagen de Dios que uno podría tener en base a textos como Salmo 19:1–6 o Romanos 1:19–20. Incluiríamos aquí atributos como la aseidad, eternidad, inmutabilidad, omnisciencia,[6] omnipotencia, omnipresencia, espiritualidad, gloria, sencillez, libertad, inmensidad, belleza y perfección de Dios.


El autoconocimiento de Dios. Estos atributos fluyen del conocimiento que tiene el Padre de sí mismo en el Hijo. Incluiríamos aquí atributos como la veracidad, sabiduría, orden y equidad de Dios.


El auto amor de Dios. Estos atributos fluyen del amor que tiene el Padre por sí mismo (i.e., el Hijo) en el Espíritu. Esto es lo verdaderamente distintivo del cristianismo: Dios es amor. Aquí incluiríamos atributos como el amor, bondad, gracia, santidad, rectitud, gozo y celo de Dios.[7]


3. Beneficios de esta forma de agrupar los atributos de Dios

Esta forma de agrupar los atributos de Dios es útil, al menos, por cuatro razones. En primer lugar, como dijimos arriba, esta división organiza los atributos de Dios de manera que es internamente coherente y no depende de nosotros los seres humanos (o de los ángeles) para justificar la división. A diferencia de dividir los atributos de Dios en comunicables e incomunicables, trascendentes e inmanentes, etc., estas divisiones realmente nos dicen algo de Dios: que él es, que se conoce a sí mismo y que se ama a sí mismo.


En segundo lugar, se puede argumentar que las Escrituras apoyan indirectamente esta agrupación basándose en algunas díadas recurrentes. En el Antiguo Testamente se repite la díada de el hesed y el emet de Dios (la bondad y la verdad, respectivamente)[8] y en el Nuevo Testamento, Juan 1:14 dice que Jesús estaba lleno de charis y aletheia (gracia y verdad, respectivamente; cf. v. 17). Me gustaría sugerir que la naturaleza de Dios está siendo revelada: puesto que Dios se conoce y se ama a sí mismo, se revela de forma básicamente lógica y relacional.


En tercer lugar, creo que esto ayuda a explicar la experiencia humana. Ya sea en teología, sociedad o política, existe mucho debate entre conservador y liberal, derecha e izquierda, tradicional y progresista, etc., y se piensa que sólo un punto de vista es correcto. Normalmente un grupo se basa en estructura, lógica y orden, y el otro en comunidad, empatía y libertad. Sin embargo, si lo que he dicho arriba es correcto, tanto la izquierda como la derecha son verdaderas expresiones de la naturaleza de Dios, pero sólo en parte. Un bando tiende a reflejar el autoconocimiento y verdad de Dios y el otro el auto amor y comunidad de Dios. Por tanto, no podemos ver al “otro bando” como la competencia, sino como un complemento de nuestra verdadera —pero solo parcial— perspectiva. Esto proporcionaría un camino más allá del estancamiento que tan a menudo paraliza la teología, la sociedad y la política, y lo haría en base a una comprensión trinitaria de Dios.


En cuarto lugar, nos ayuda a analizar otras religiones y cosmovisiones. Existe una tendencia a aceptar o a rechazar completamente otras religiones, pero creo que ambas opciones son erróneas. Dado que todas las personas son creadas a imagen de Dios, sería de esperar que otras religiones reflejen ciertas verdades de Dios. Sin embargo, dado que todas las personas son pecadoras, sería de esperar que otras religiones distorsionen ciertas verdades acerca de Dios. Parece existir una progresión en la revelación al pasar de la existencia de Dios a su autoconocimiento y a su auto amor. Por ejemplo, algunas religiones y cosmovisiones argumentan que Dios existe, pero que es incognoscible. Otras sostienen que Dios existe y es conocible, pero es como un rey lejano. Sólo el cristianismo sostiene que Dios existe, es conocible y es relacional. Esto nos ayuda a analizar otras religiones de una manera nueva y, una vez más, lo hace siguiendo las líneas trinitarias.

[1] Cf. Millard Erickson, Christian Theology, 2ª ed. (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1998), 292–293; John Frame, The Doctrine of God: A Theology of Lordship (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2002), 394–395. La división de Wayne Grudem de los atributos de Dios en los atributos del ser de Dios, los mentales, morales, de propósito y los “atributos sumarios”, tampoco es muy útil como se explica en lo que sigue (Systematic Theology, 2ª ed. [Grand Rapids, MI: Zondervan Academic, 2020], 220). [2] Ibid, 395–397; idem, Systematic Theology: An introduction to Christian Belief (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2013), 232. [3] Estoy en deuda con Nico den Boc por gran parte del contenido de este párrafo, así como por su ayuda en general. Sin embargo, las opiniones aquí expuestas no son necesariamente suyas. [4] Curiosamente, Frame divide los atributos de Dios en amor, conocimiento y poder, aunque no muestra ninguna dependencia de la discusión medieval (Doctrine of God, 399; Systematic Theology, 233). A modo de digresión, añado que llegué a esta posición independientemente de Frame y de la discusión medieval. [5] Va más allá del propósito de este breve ensayo discutir la relación entre el autoconocimiento y el auto amor de Dios, pero creo que está conectado con otros temas como la controversia filioque (¿procede el Espíritu sólo del Padre o también del Hijo?) y el debate voluntarismo vs. intelectualismo de la Edad Media (¿cuál tiene prioridad en Dios: su intelecto o su voluntad?) [6] Este es un buen ejemplo de una dificultad con esta posición. Se podría argumentar que la omnisciencia de Dios debería colocarse mejor bajo el autoconocimiento de Dios. Aunque esto es cierto, sigo pensando que es mejor colocarlo aquí porque parece haber una diferencia entre el conocimiento de todas las cosas que Dios posee y los atributos de que relacionan con el autoconocimiento de Dios. [7] La gracia de Dios incluiría su misericordia y su paciencia, y el celo de Dios incluiría su ira. [8] Por ej., Gen 24:27; Ex 34:6; Sal 61:7; 85:10; 115:1; Prov 14:22; 16:6; 20:28.


Traducido por Trini Bernal, modificado ligeramente por el autor.

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