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Introducción
El siguiente texto es la primera traducción al español de la carta que lanzó el movimiento ecuménico: la encíclica del patriarcado Germano V de Constantinopla. Aunque el movimiento tuvo algún inicio importante en la conferencia misionera de 1910 en Edimburgo, la carta del patriarcado de 1920 fue aún más importante, porque fue escrito por el líder ecuménico de las iglesias ortodoxas y fue respetuoso hacia las iglesias no ortodoxas, lo cual solicitó una buena respuesta de su parte (muy diferente de la invitación del Papa Pío IX a los cristianos no católico romanos para participar en el concilio Vaticano I).
Como se verá a continuación, el modelo de colaboración y compañerismo sugerido por el patriarcado fue basado en la Sociedad de las Naciones que se formó después de la primera Guerra Mundial. Es importante notar que el patriarcado no está contemplando ninguna unión orgánica entre las diversas tradiciones cristianas, sino el reconocimiento mutuo entre sí. En resumen, argumenta que, dando por sentado que todos somos cristianos, no deberíamos seguir intentando convertir a los de otras tradiciones cristianas, sino construir puentes con ellos cuando sea posible. La carta no menciona algunos temas importantes —sobre todo los debates teológicos entre las distintas confesiones— y el movimiento ecuménico ha avanzado mucho durante los últimos 100 años, pero es imposible entender el momento en el que vivimos sin entender el comienzo, que tiene su origen en esta carta.
Texto
“A las iglesias de Cristo en todo lugar”, Encíclica del patriarcado ecuménico, 1920[1]
“Amaos unos a otros de todo corazón” (1 Pd 1:22).
Nuestra propia iglesia sostiene que el acercamiento y la comunión entre las distintas iglesias cristianas no es impedido por las diferencias doctrinales que existen entre ellas. En nuestra opinión, este acercamiento es muy deseable y necesario. Sería útil de muchas formas para el interés real de cada iglesia en particular y para el cuerpo cristiano en su conjunto, así como para la preparación y el avance de esa bendita unión que se completará en el futuro según la voluntad de Dios. Consideramos, por tanto, el tiempo presente como el más favorable para traer a colación esta importante cuestión y estudiarla juntos.
Aunque, en este caso, debido a prejuicios, prácticas o pretensiones anticuadas, puedan surgir o plantearse las dificultades que tan a menudo han puesto en peligro los intentos de reencuentro en el pasado, no obstante, en nuestra opinión, dado que en esta fase inicial sólo nos preocupan los contactos y el acercamiento, estas dificultades son de importancia menor. Si hay buena voluntad e intención, no pueden ni deben crear un obstáculo invencible e insuperable.
Por tanto, considerando posible y oportuno tal esfuerzo, especialmente en vista de la esperanzadora creación de la Sociedad de las Naciones, nos aventuramos a expresar a continuación, de forma breve, nuestro pensamiento y nuestra opinión sobre la forma en que entendemos este acercamiento y contacto y cómo lo consideramos realizable; pedimos e invitamos encarecidamente el juicio y la opinión de las demás iglesias hermanas de oriente y de las venerables iglesias cristianas de occidente y de todo el mundo.
Creemos que las dos medidas siguientes contribuirán en gran manera al acercamiento que tanto se desea y que tan útil sería, y creemos que tendrían éxito y serían fructíferas:
En primer lugar, consideramos necesaria e indispensable la eliminación y abolición de todas las desconfianzas y resentimientos mutuos entre las diferentes iglesias que surgen de la tendencia de algunas de ellas a atraer y hacer proselitismo entre los seguidores de otras confesiones. Ya que nadie ignora lo que desgraciadamente está ocurriendo hoy en día en muchos lugares, perturbando la paz interna de las iglesias, especialmente en oriente. Muchos problemas y sufrimientos son causados por otros cristianos, y se despiertan grandes odios y enemistades, con insignificantes resultados, por esta tendencia de algunos a hacer proselitismo y atraer a seguidores de otras confesiones cristianas.
Tras este restablecimiento de la sinceridad y la confianza entre las iglesias, consideramos:
En segundo lugar, que sobre todo se reavive y fortalezca el amor entre las iglesias, de manera que ya no se consideren mutuamente extrañas y extranjeras, sino parientes y parte de la familia de Cristo y “coherederos y miembros del mismo cuerpo, participando igualmente de la promesa en Cristo Jesús” (Ef 3:6).
Porque, si las diferentes iglesias se inspiran en el amor, y lo anteponen a todo lo demás en sus juicios sobre los otros y en sus relaciones con ellos, en lugar de aumentar y ensanchar las disensiones existentes, deberían ser capaces de reducirlas y disminuirlas. Si se despierta un interés fraternal por la condición, el bienestar y la estabilidad de otras iglesias y se está dispuesto a interesarse por lo que ocurre en esas iglesias y a obtener un mejor conocimiento de ellas y se desea ofrecer auxilio y ayuda mutuos, se lograrán muchas cosas buenas para la gloria y el beneficio de ellos mismos y del cuerpo cristiano. En nuestra opinión, tal amistad y disposición bondadosa hacia el otro pueden mostrarse y demostrarse especialmente, de las siguientes maneras:
a) Aceptando un calendario común para la celebración de las grandes fiestas cristianas al mismo tiempo por todas las iglesias.
b) Mediante el intercambio de cartas fraternales con ocasión de las grandes fiestas del año de las iglesias, como es costumbre, y en otras ocasiones excepcionales.
c) Por medio de estrechas relaciones entre los representantes de todas las iglesias, dondequiera que se encuentren.
d) A través de las relaciones entre las escuelas teológicas y los profesores de teología, mediante el intercambio de revistas teológicas y eclesiásticas y de otras obras publicadas por cada iglesia.
e) Mediante el intercambio de estudiantes para la formación continua entre los seminarios de las diferentes iglesias.
f) Convocando conferencias pan-cristianas para examinar cuestiones de interés común a todas las iglesias.
g) A través del estudio histórico imparcial y más profundo de las diferencias doctrinales tanto por los seminarios como en libros.
h) Mediante el respeto mutuo a las costumbres y prácticas de las diferentes iglesias.
i) Permitiéndose mutuamente el uso de capillas y cementerios para funerales y entierros de creyentes de otras confesiones fallecidos en tierras extranjeras.
j) Mediante un acuerdo acerca de la cuestión de los matrimonios mixtos entre las confesiones.
k) Finalmente, a través de la mutua ayuda incondicional a las iglesias en sus esfuerzos para el avance religioso, la caridad y demás.
Un contacto tan sincero y cercano entre las iglesias será tanto más útil y provechoso para todo el cuerpo de la Iglesia, ya que múltiples peligros acechan no sólo a las iglesias particulares, sino a todas ellas. Estos peligros atacan el fundamento mismo de la fe cristiana y la esencia de la vida y la sociedad cristianas. Porque la terrible Guerra Mundial que acaba de finalizar ha sacado a la luz muchos síntomas malsanos en la vida de los cristianos y, a menudo, ha revelado una gran falta de respeto incluso hacia los principios elementales de justicia y caridad. Así, ha empeorado las heridas ya existentes y ha abierto otras nuevas de carácter más material, que demandan la atención y el cuidado de todas las iglesias. El alcoholismo, que aumenta cada día; el aumento del lujo innecesario bajo el pretexto de mejorar la vida y disfrutarla; la sensualidad y la lujuria cubiertas del manto de la liberación y la emancipación de la carne; el predominio del libertinaje y la indecencia descontrolados en la literatura, la pintura, el teatro y la música, bajo el respetable nombre del desarrollo del buen gusto y el cultivo de las bellas artes; el endiosamiento de la riqueza y el desprecio de los más altos ideales; todos estos temas y otros similares, al amenazar la esencia misma de las sociedades cristianas, son también temas oportunos que requieren y, de hecho, necesitan del estudio común y la cooperación de las iglesias cristianas.
Por último, es deber de las iglesias que llevan el sagrado nombre de Cristo no olvidar ni descuidar por más tiempo su nuevo y gran mandamiento de amor. Tampoco deben seguir yendo tristemente a la zaga de las autoridades políticas, que, aplicando el espíritu del Evangelio y las enseñanzas de Cristo, han creado ya, bajo felices auspicios, la llamada Sociedad de las Naciones para defender la justicia y cultivar la caridad y el acuerdo entre las naciones.
Por todas estas razones, estando convencidos de la necesidad de establecer un contacto y una liga (confraternidad) entre las iglesias y creyendo que las otras iglesias comparten nuestra convicción como se ha dicho anteriormente, al menos como comienzo, solicitamos que cada una de ellas nos envíe en respuesta una declaración de su propio juicio y opinión sobre este asunto para que, habiendo alcanzado algún acuerdo o resolución común, procedamos juntos a su realización, y así “hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor” (Ef 4:15–16).
Artículo traducido por Trini Bernal; modificado ligeramente por el autor.
[1] Fuente: Michael Kinnamon, ed., The Ecumenical Movement: An Anthology of Key Texts and Voices, 2ª ed. (Geneva: WCC Publications, 2016), 73–74; disponible online: https://www.oikoumene.org/es/node/70083?fbclid=IwAR24C7u0xzCdwmzTdSailAkxMS696vzaYS6taaEUHIqw23EvefZ-b-FRR7I.
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